Cada comienzo de marzo, uno debía llegar al centro gris y oscuro, donde esos señores que pasaban por encima de uno. No era gran cosa para mi llegar igualmente vestido que todos los demás, con el mismo corte de pelo y todos bien rasurados. Tanto uniforme pesaba. No era fácil llevar encima la chaqueta, la camisa, el chaleco, el bestón; llevar la corbata apretada al cuello y los zapatos negros fríos e incomodos. No era grato ese lugar. Las salas de clases eran frías, los maestros indiferentes y nosotros, humillados día a día. Si nos faltaba alguna prenda del uniforme, éramos devueltos a nuestras casas, lo que a mi me gustaba bastante porque no me gustaba ese lugar. Debíamos estar ahí toda la mañana y parte de la tarde. Una perdida de tiempo de proporciones. No torturaban con formulas químicas, algebraicas, biológicas y trigonométricas. Teníamos que aprenderlas de memoria, si no debíamos quedarnos hasta la tarde en clases de reforzamiento. Yo no entendía un carajo. Nunca fue mi intención ser químico, físico, ni mucho menos, matemático. Pero debía aprender las formulas por obligación. Copiaba los resultados a mis compañeros que estaban mucho mas perdidos que yo. Pero debíamos estar pegados en ese centro. Muchos no queríamos. Deseábamos deambular por las calles de Santiago a estar encerrados en salas de clases sin aprender nada constructivo.
cuando la gente se dedica a enseñar, lo hace por gusto. Por sentir placer de que la otra persona aprenda cosas nuevas. Acá, no pasaba eso. Había algo que estaba por encima de nuestro "aprendizaje", si es que eso se puede llamar aprendizaje. Era el dinero. Muchos de mis compañeros pasaban toda la jornada de pié al lado de la oficina del director a la espera de que su apoderado llegara a buscarlo y así aprovechar de pagar la mensualidad. Entonces comencé a tomarle odio a ese centro. Por mi actitud, me ganaba reproches de parte de los maestros. Muchas veces llegaba desganado, sin ganas de hacer nada y por eso, me castigaban. Me entregaban una hoja con ejercicios matemáticos los que tenía que resolver antes de la hora de salida, de lo contrario, no podría irme a mi casa. Por el contrario, y lejos de resolverlos, hacía dibujos en la hoja.
Como ovejas en un rebaño, debíamos obedecer a cada una de las exigencias que se nos imponía: pelo corto, camisa blanca dentro del pantalón, zapatos (no zapatillas); calcetines azules (no blancos), insignia, bestón y la camisa bien abrochada en manos y cuello.
Era demasiada exigencia para tan poca, o casi nula, educación que recibíamos. No aprendíamos nada nuevo.
El profesor de religion, nos sermoneaba acerca de la droga y la sexualidad. Nos pasaba papelitos en donde teníamos que anotar que era para nosotros la droga. Y esa "dinámica" duraba alrededor de dos horas. Yo ya no podía estar mas aburrido. No sabía que era peor: que terminara esa clase, o que terminara y empezara otra.
Un día tuve la estúpida idea de llevar mi personal stereo (de cassettes en ese tiempo): terminó requisado por el director y yo me gané una anotación en mi hoja de vida, lo que hizo peligrar mi súper año académico.
Y aquí estoy: aprendiendo. Lo que no hice en el colegio.
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