Por el paseo ahumada va caminando. El viento de lluvia golpea su rostro antisocial.
Su chaqueta larga no le impide dar los largos pasos con los cuales avanza.
Su larga cabellera se mueve con el silbar del viento.
La calle se satura con conversaciones de la gente que, en ese momento, camina por el centro.
Bocinazos, gritos, estudiantes, comercio ambulante.
Es difícil escuchar algo con claridad, el ruido es mucho.
La tarde está fresca. Luego lloverá.
Pero en su cabeza hay otra cosa.
El no ve gente alguna, ni micros, ni comercio ni estaciones del metro.
En su cabeza se maquina una obra de arte de una avenida tapizada de hojas de árbol que caen en invierno azotadas por en viento, con el cielo de un tono rojizo y la fría brisa.
Va pensando en ello mientras camina.
En su mano izquierda regula el volumen de su dispositivo de audio donde va escuchando placentero, a gran volumen, ese grupo de rock psicodélico que tanto le gusta.
Por eso parece no oír, ni siquiera cuando le hablan. No le molestan los bocinazos, ni los gritos, ni las frenadas. El no es sordo. Sólo que va caminando por el paseo ahumada conectado a su dispositivo de audio. Por eso. Pero va en silencio.
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