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martes, 24 de enero de 2012

Ferroviario

Recuerdo que de pequeño desarrollé un fanatismo casi extremo hacia los ferrocarriles. No me gustaba hacer las tareas del colegio por ir a la estación de mi barrio a ver pasar el Rápido de la Frontera o el metro tren celeste el cual pasaba cada ciertos minutos y, en algunas ocasiones se detenía en la estación. A mi padre no le gustaba que me parara en medio de la vía a divisar si venía el tren o no. La estación de Lo Espejo (la cual, en la actualidad no existe), tenía vagones de carga, donde uno podía jugar o esconderse. Estaba en unas vías ya casi tapadas por la maleza. Había un camino de tierra donde, según yo, hacía "bici cross". Íbamos todos los domingos con la bicicleta y los días lunes por la mañana, partíamos con mi padre a la bulcanizacion a parchar las ruedas.

Me llamaba la atención aquel vagón abandonado en las vías frente a la estación.Habían muchos cruces de vías y eso me llamaba poderosa mente la atención. Me gustaba la manera en como se juntaban en determinado punto. Me preguntaba como podían las ruedas del tren pasar por aquellos cambios de vía sin salirse de los rieles. Tenía esa problemática constantemente en la cabeza y le daba vueltas al asunto y le daba mas importancia, incluso, que a las materias del colegio.




Me asombraba cuando se acercaba en tren, a gran velocidad, y las y las demás vías que estaban alrededor se mecían como si estuviera temblando. Cuando el tren circulaba raudo por las vías, prestaba toda mi atención a su figura imponente, fuerte; a sus ruedas las que seguían un trayecto siempre prolijo, ordenado, sin sobresaltos, manteniéndose siempre en su linea, sin salirse nunca de su vía, por muchos cambios de vía que hubieran en el lugar. Sus sonidos tampoco pasaban desapercibido para mí: desde el potente bocinazo (que, muchas veces, me asustaba porque sonaba muy fuerte),hasta los golpes de las ruedas de fierro en los rieles. Un espectaculo fantastico para mí que veía alusinado el espectaculo de ver el tren pasar a toda velocidad frente a mí. 

Mi norte estaba ahí: quería ser ferroviario: maquinista, acomodador, lo que fuese. Me atraía la mezcla del color azul con el amarillo, colores característicos del tren Rápido de la Frontera. Muchos criticaban duramente al ferrocarril, argumentando que era lento, que nunca salía a la hora, que siempre quedaba "en pana" y, que por lo mismo, nunca llegaba a la hora señalada. Pero eso me importaba un cacahuete. Nunca hubiera cambiado al ferrocarril  a la hora de viajar o de hacer un paseo corto. Me llamaban la atención las estaciones ferroviarias. Quizás lugares comunes para unos, pero verdaderos tesoros para mí.
Cuando se cerró definitivamente la estación Lo Espejo, y durante los meses de enero y febrero, yo tomaba mi bicicleta y me largaba  a San Bernardo (paradero 41 de la Gran Avenida)a ver pasar el tren de pasajeros que iba al sur. Ese era un ritual que practicaba día a día. Así partía cada tarde a la estación de San Bernardo a esperar el ferrocarril al sur.

Recuerdo los viajes a Temuco y los viajes mas cortos en tren. El ritual típico que se lleva a cabo al momento de subir al vagón para partir al sur. Desde entrar a la estación, hasta acomodarse en el asiento esperando la partida del convoy. Las mismas maletas sirven de asientos para esperar la llegada del tren. En los demás andenes llegan y se van los automotores. Se supone que la hora de salida es a las 8 de la tarde, pero en realidad, muchas veces, a esa hora, recién viene entrando la locomotora a la estación. Por fin, cuando el tren se estaciona completamente en la estación, comienza el proceso de buscar el vagón. Una vez localizado, hay que subir. Una vez dentro, y ya ubicados en nuestros asientos, llega la calma. A esperar el aviso de la partida. Suele suceder que, pasan los minutos y la señal no llega. Entonces los pasajeros comienzan preguntarse entre ellos que ocurre, hasta que el tren comienza, levemente a moverse. También se oyen los golpes de las ruedas en el riel, a medida que este va tomando velocidad. La estación va quedando atrás. El tren va relativamente despacio.   Solo se ve un paisaje amplio lleno de vías que se entre cruzan entre ellas. Hasta que, por fin, toma velocidad y comienza su rumbo raudo por las vías. 
En uno de esos viajes que realicé con mis abuelos maternos, recuerdo que mi abuelo Lorenzo pasó todo ese trayecto de pié. Nunca supe porque no quiso sentarse. Lo recuerdo de pié, afirmado del asiento, mirando por la ventanilla.


Al día siguiente bien temprano, la luz de la mañana entra por las ventanillas, mientras la mayoría de los pasajeros aún duermen. Se ve la bruma de la mañana cubriendo los campos, los arboles. El ferrocarril avanza lento. Las camareras pasan sirviendo el desayuno a los pocos pasajeros despiertos. A lo,lejos se divisa la carretera. Buses, autos, camiones. De vez en cuando la carretera se acerca a las vías del tren. Hasta que el tren se va deteniendo de a poco. Va perdiendo velocidad. Va entrando en una estación (no recuerdo su nombre). Se detiene y los guardias, bajan de él e inspeccionan que todo funcione correctamente debajo del convoy. Hace frío. Hay neblina. Es muy temprano aún. El motor del tren está encendido, pero este sigue detenido. Algunos pasajeros despiertan y miran por la ventanilla. Miro por la otra ventanilla: un tren de carga saliendo de la estación. Mas atrás está estacionado otro convoy de carga el que no saldrá. Me llama la atención el espectáculo. El tren sigue detenido. No se ve mucha gente en la estación, salvo los guardias.
Entonces, los acomodadores, hacen sonar sus silbatos y abordan el tren y este comienza lentamente el trayecto. Saliendo de la estación, el tren pasa cerca de las casas de un pueblo. Pasamos por una calle. Hasta que vamos rodeando la carretera durante algunos minutos. La carretera se pierde y se vuelven a divisar los prados y bosques. Los pasajeros, en su mayoría, comienzan a despertar. La bruma ya desapareció y empieza el calor. Se suponía que llegaríamos a Temuco a las 8 de la mañana. Pero la realidad estaba lejos de ello. Pero para mí, mientras mas tardara, mejor.
Llegaba a ser tranquilizador el movimiento del vagón mas los golpes de las ruedas en las vías. Me sentía confortable en el asiento mirando por la ventanilla hacia afuera.


Así se comenzaba a ver carros abandonados a lo lejos. Los cambios de vías sonaban muy fuerte. Había un paisaje muy amplio de rieles afuera. Se podía ver el pueblo: calles con gente, micros, buses inter rurales. Ferias, persas, vendedores, feriantes. Hay gente al lado de la vía: al parecer son trabajadores que se encargan de la mantención de los rieles. Toman distancia mientras pasa el tren. Cuando el tren pasa, ellos vuelven a trabajar en los rieles. El tren va lento. Va entrando en la estación. Los pasajeros se paran de sus asientos y comienzan a bajar sus maletas y a acomodar los bolsos pequeños...


Una vez abajo, me fijaba yo en las tremendas y pesadas estructuras en las que estaban fijadas las ruedas de fierro. Se formaba una especie de triangulo el cual fija la rueda e impide que esta pueda salir. Era un mecanismo complejo de pesados fierros y amortiguadores.






Bueno y así hasta el día de hoy. Sigo con esta manía ferroviaria.     Ya que no podré ser ferroviario (por razones políticamente conocidas), me dedico a escribir esto. Es mi factor de compensación.
Y el que se mete con mi pasión ferroviaria, ME CAE MAL!





3 comentarios:

  1. maravilloso!!! es una película con sonidos y colores, olores y sabores que llegan al interior del espíritu...como debe ser el Arte..porque lo tuyo es Arte puro que se absorbe sin dificultad y pasa a conformar la memoria visual de la mente creativa

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  2. Parece que estuviera viviendo ese recuerdo. Gracias por entregarnos esas vivencias tan sensibles.

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  3. Sí recuerdo los viajes en tren a Temuco y en la estación de Lo Espejo yo aprendí a andar en mi primera bicicleta con Fidel. Me saqué la cresta y nunka más volví a caerme. Comparto contigo ese sentimiento por los trener y recuerdo perfectamente ese tren azul-amarillo. Recuerdo que había una parte del viaje en donde tiraban piedras. Que lindos tiempos nuestra niñez. Somos afortunados de nuestra familia. Te quiero primo.

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